El Teatro Rustaveli programa en régimen de repertorio Julius Caesar, de William Shakespeare, dirigido por Robert Sturua. El Bardo ha sido incorporado desde hace décadas a la tradición dramática del país euro-asiático. Es un orgullo para ellos saber que gozan de reconocimiento internacional por su idiosincrásica escenificación del escritor inglés. Entre los georgianos que han montado a Shakespeare con mayor reconocimiento se encuentran: Kote Marjanishvili, Temur Chkheidze y Robert Sturua, considerado uno de los directores más originales de las obras del dramaturgo inglés.

Sturua viene representando a Shakespeare desde los 80 y ya ha llevado a las tablas: Ricardo III, El rey Lear, Macbeth, Como gustéis, Noche de reyes y Hamlet. En el caso de la presente obra, Julio César, hay que sumar que cuenta con la interpretación de la compañía del Teatro Rustaveli, la institución estatal que es el destino anhelado por la mayoría de los profesionales de la escena georgiana.

Sturua tiene una fijación por la representación de los tiranos y las tiranías. Sus personajes no creen en nada más que en ellos mismos y la verdad de su comportamiento. Y es lo que hizo también en esta obra: pude ver a un Julio César sin solemnidades, sin abalorios, perfectamente perfilado en la sencillez de lo lineal, que se enfrentaba a un mundo que situó en un nivel diferente y con el que se relacionó asimétricamente.

Sturua se centró en tres de los cinco actos de la obra original de Shakespeare. Probablemente quiso concentrar su adaptación en la confrontación entre lo personal y lo social, entre la voluntad y el deber, entre la familia y la patria, entre la amistad y el estado.

La adaptación textual modificó también el tiempo dramático. La obra estaba localizada en una época reciente y tenía un toque político. Es una marca distintiva de Sturua resaltar en sus puestas en escena shakesperianas la idea de que "All the world's a stage": ese gran teatro del mundo que especialmente focaliza en el business. Los personajes estaban caracterizados por el vestuario propio de los hombres de negocios, de la imagen de político o de mafioso estilizado.

El buen humor, las alusiones cómicas y las implicaciones irónicas salpicaron toda la actuación. Y a esos elementos cómicos se le iban mezclando elementos trágicos de forma continua. La ruptura de tensión estuvo bien interpretada por el personaje clown, con un original vestuario blanco hecho de puros andrajos. Esto también hace que no sea posible clasificar en un único género este Julio César que acaba siendo farsa, tragedia, drama psicológico y comedia.

El espacio sonoro estuvo finamente cuidado. Este campo es característico del teatro georgiano, pero en esta puesta en escena noté un esmero especial. Esto hizo que en muchos momentos la plasticidad y musicalidad saltaran por encima de la barrera lingüística.

El espacio escénico era realmente profundo. Apenas llamaban la atención los personajes moviéndose por un espacio así. De esta forma se significa la pequeñez del hombre, incluso de un emperador que se creía tan grande que pensaba que debía agachar la cabeza para pasar por debajo del arco triunfal.

El efecto que produce una representación como esta de Julio César es semejante al fenómeno urbanístico de la capital georgiana. Se entremezclan por sus calles lo moderno y lo viejo. Allí se encuentran, uno junto a otro, un elevado y acristalado edificio y una casa baja y desvencijada. Y así también ocurre en el famoso festival internacional de teatro que tiene lugar en Tiflis, la capital de Georgia, cada mes de octubre. Especialmente, en el encuentro de críticos internacionales que tiene lugar dentro del festival, Georgian Showcase, donde se muestra la corriente moderna y la forma tradicional georgiana, entremezcladas, porque así se les presenta también en su realidad cotidiana.

Javier J. González Martínez

Julius Caesar, William Shakespeare

Director: Robert Sturua

Tiflis (Georgia), 26.03.2016

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